a Cronenberg

i
Hay un gusano tibio que vive en este pulmón,
un hueco…
            las venas como calles con gente
            y los gritos que nos caen acá
                                                           como pedradas
                                                                       pintadas.
¿Quién es usted
Señor Confuso?
Hay un gusano tibio entre las paredes
que no termino de cansarme;
porque a la vez soy todos:
                                   los muertos, los ni tan muertos;
                                   los gritones y el que se calla
                                   los amoratados,
                                   la mujer sentada           loca y ciega
                                               que le pasa por enfrente un río
                                                                       de bocas y gargantas
                                                                                  pero ni cuenta se da.
Soy también la mujer gorda 
que ríe y come en mesas largas;
y soy su marido 
y las amigas 
y los amigos de marido
                                                                      y sus amigas.
De pronto heme aquí solo
en un rincón de la casa
con todas las calles, 
un gusano tibio
                        que me descansa en el pulmón,
¿Quién es usted
Señor Confuso?
Soy el gusano también
                                   y heme aquí,
                                               parado en un rincón de la casa
                                                                       con todas las calles.     
Señor.
ii
De nuevo el silencio
                el cosquilleo tras las orejas,
                            bajo los brazos.
De nuevo la mirada
            que todo lo ve,
                        el cuerpo que todo lo escucha.
Me he quedado quieto en esta silla,
            espero.
La bañera se muere,
        los ojos se van a dormir
            y mi cuerpo despierta,
                    se vuelve otro
                                                y quiere irse.
Me brota, de la boca, el cangrejo.
        Un mundo de espinas que se despliega
                como un acordeón que grita,
                                                                    se revuelca.
Tengo una calle adormecida
               entre los dedos,
                        en la lengua tengo al tiempo
                                                    deformado, es como la cola de la iguana
                                                                                                        que se retuerce 
                                                                                                        y desangra en verde.
iii
Regreso derrotado desde 
el sartén de la vida.
No entendemos a los sacerdotes
dice todo mundo
y a mí me queda rascarme el paladar
con esta cuchara inoxidable
que alguien más tiro.
Se supone que aquí se sienta uno a esperar,
¿suele entonces estarse quieto el parque?
No he dejado de pensar 
en los barcos de los cuales escribía
                                                           hace años
                                                           en otro cuarto.
Ayer visité a un tío y escuchamos música,
no nos quedó de otra que estar ahí,
al fondo de nosotros mismos,
tras nuestras vidas.
Ayer también me callé la boca,
intenté ausentarme un poco más.
Como siempre salió al tema
un gato,
de pasada,
a lo lejos.
Fuimos lo que teníamos cerca,
a la mano.

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