Habrá que fingir ante los demás, andarse con mentiras; jugar a ser alguien más: pordiosero, tonto, excéntrico. Habrá que hacer un enorme acto del vivir

martes, octubre 24, 2006

El Trompetista




“Y es que no te la puedes pasar mentando madres todo el tiempo”, le dijo su abuela cuando por fin se quedó callado. Él bajó la cabeza y volvió a mirar su trompeta con los ojos llenos de música, llenos de ella, llenos y tristes de una sola vez. Se fue del cuarto.

La noche anterior había sido tan larga que la traía pintada en la cara, delatándolo, anunciándole a los demás su llanto y la endemoniada desvelada que se había metido. “Y la tierna señorita, qué, cómo habría pasado la noche, y sus padres, los elegantes padres que la acompañaban a todos lados, qué, cómo habrían pasado la noche ellos.”

“La próxima vez todo tenía que estar meticulosamente bien planeado; detallada, analizada y sobre todo estricta y estrechamente bien”. Aunque toda esa pinche bola de palabritas que no querían decir otra cosa mas que no podía salirle ya nada mal; y a fin de cuentas no iba a hacer ninguna de esas mamadas, el repetirlas constantemente le daban seguridad: “meticulosamiento, detallación, analizariamiento, estrechación y estrictariosiedad.” Pa la madre.

En fin, se puso a pensar en como chingados le iba a hacer para vengarse. Se le ocurrían cosas tan pendejas al pobre, el típico llamar la atención haciendo malabares en una bicicleta, no mames eso ya lo hizo chespirito o no sé quién chingados; o que tal cuando pensó en conseguir una avioneta para pasar por encima de su casa y escribir con humo rosa su nombre y el de ella dentro de un corazón. El caso es que pensó tanto que logró agotar cuanto pensamiento inútil se le podría ocurrir, y pues claro, sólo quedaba una opción, la mejor.

El güey comenzó a arreglarse, tardó un chingo en el baño, se cambió y se cambió de ropa como señorita, se perfumo los recovecos, se lavo los dientes y se puso gel en las greñas. “Chin-gue-su-ma-dre”, dijo con palabras bien claras frente al espejo, “chin-gue-su-ma-dre”, repitió, bueno es que se oía tan bien que no podía quedarse con las ganas.

Salió de su casa irreconocible, su abuela le aventó un beso desde la puerta y la mando la bendición desde lejos.

Nada le podía salir mal, ahora si se vengaría, ahora si lo escucharían los padres y ella de pasada.

Esa noche los papás y la hijita no estaban en casa, habían salido desde temprano rumbo al teatro. Se sentaron en los mejores lugares, segundo piso a la derecha en un pequeño palco sólo para la familia. La obra era como todas las demás, empezaba con el encabronamiento de ella, luego él se iba, regresaba, se volvía a ir, hasta que en una de esas lo mataron al cabrón. Y ahí estaba el pobre que ya no podía ni retorcerse. La actriz caminaba a proscenio (la parte de adelante del escenario), levantaba la mirada y la mano con los dedos torcidos, el moco a la intemperie, la luz azul, violeta, sabe que pinche color y el monólogo desgarrador que parecía salirle del pecho más que de la boca; no había música alguna, sólo la voz de la actriz que encharcaba el piso con las lágrimas de quien la escuchaba y hacía estremecer a las butacas que se quedaban calladitas aguantando dos nalgas cada una. El público estaba tan callado que parecía que ni respiraba, mientras tanto… allá por la fila trece, justo en el centro, un joven se agachaba lentamente; la actriz ya no gritaba, la voz se le había quebrado, ahora sólo hablaba en susurros como secreteándose con el público; el joven de la fila trece, junto a sus pies, abría despacito un pequeño estuche negro que metió a escondidas; la actriz abría sus brazos, tomaba aire y justo cuando se disponía a decir el nombre del asesino de su amado… un joven muy bien vestido, desde la fila trece se levantaba… y hacía sonar su trompeta.

fue-en-tres

Señoras y señores…Aquí no hay ficción o inventiva…, acá la realidad rebasa cualquier intento de evasión… Esto en un enfrentarse con el puro chingado rostro de la verdad…

Esta noche uno tiene que tirarse a la calle. Afuera hay hombres que se deslizan con las quijadas entumecidas, apretadas, los dedos largos, sin uñas, son delgados, blanquecinos… como de hazte a un lado me vales madre… aquí hay que toparse con ellos, mirarlos, continuar, huirles. La ciudad está embutida en este tierno padecimiento,
disimulando estar bien: Soy Colima, aquí no pasa nada, duerman tranquilos… grandes mujeres con pequeñas faldas dentro de los bares, hombres perfectamente bien peinados y planchados con un arma en el bolsillo, una trampa detrás de cada ventanilla de automovil,
gargantas que expulsan aliento sin cesar. (Esta noche se despertaron todos los cabrones
al mismo tiempo).

El estupor y la vergüenza ahogan mis palabras. Instintivamente me llevo las manos a la cabeza, queriendo apresurar el fin del relato. Bruscamente me olvido de todo, de lo que aprendí en la escuela y de lo que he leído en los libros. Yo estoy realmente en trance y me busco por todas partes el desenlace, como un hombre que ha perdido la razón. En torno a mí, siento palpitar un solo corazón…(quién fue el alma caritativa que al darse cuenta de mi estado avisó por teléfono?)

Un hombre se volvió loco, un hombre se volvió loco, un hombre por favor, que alguien le ayude, ha enloquecido...

Y así bailamos, al son de un ritmo glacial y frenético, un baile en el interior de la taza de la nada. Bailo la danza del alma de blanca desesperación. Soy el gorila que siente que le crecen alas, un gorila aturdido en el centro de un vacío semejante al raso; también la noche crece como una planta eléctrica. Soy el espacio negro de la noche en que los brotes revientan de angustia. Soy el germen de una nueva locura, una monstruosidad revestida de lenguaje inteligible. Bailo la encantadora y cuerda danza del gorila angelical. Estos son mis hermanos y mis hermanas que están locos. Bailamos en el hueco de la taza de la nada, somos de una misma carne.

La ciudad es la que nos mantiene unidos, la que nos hace coincidir, la que nos revienta y azota, como un cualquiera, como dos cualquieras, como tres cualquieras. Ahora para mí todo está claro, está claro que la ciudad misma es la peor forma de locura. He crecido más allá de lo que debía, de lo que podía. Estoy dividido en interminables ayeres, interminables mañanas. No me reconozco, quién es esta camisa, quién este rostro con todos los sintomas del desconocimiento. La vida intenta levantarse pero la loca lógica de la ciudad no sirve de andamio. Después la locura, mis ojos dejan de ser inservibles, ya no sólo ven lo conocido, sino que se pierden en cosas defractables, inmestibocas, revolteras, como la ignolisis, blendamulseos, inflos, degradictaciones, ante les dructi lontablis am… am… dictablo intrapice desufrec to tu, ma n bjgrf j l k g f…

Voy a morir como ciudad a fin de convertirme otra vez en hombre. Por lo tanto, cierro los oídos, los ojos, la boc…


con Raúl Mendoza y extractos de J.J. Arreola y de H. Miller

lunes, octubre 09, 2006

Como a eso de la una



De nuevo el silencio
el cosquilleo tras las orejas,
bajo los brazos.

De nuevo la mirada
que todo lo ve,
el cuerpo que todo lo escucha.

Me he quedado quieto en esta silla,
espero.

La bañera se muere,
los ojos se van a dormir
y mi cuerpo despierta,
se vuelve otro
y quiere irse.

Me brota, de la boca, el cangrejo.
Un mundo de espinas que se despliega
como un acordeón que grita,
se revuelca.

Tengo una calle adormecida
entre los dedos,
en la lengua tengo al tiempo
deformado, es como la cola de la iguana
que se retuerce
y desangra en verde.

Ya uno quiere escaparse a estas horas,
desmadrar la ciudad,
ahorcarse en las avenidas
o vomitarse en el mundo.

Que las calles se llenen de vidrios rotos
y revivan los ríos,
se lleven las llantas viejas,
los colchones

que la policía se disfrace de abeja,
se canonice al ajonjolí…

que se paren de una,
todos los relojes a las dos,
en un mes tercero
de algún día cuatro.